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Y as pasó en efecto. Volvieron a la casa, y un nuevo coaticito reemplazó al prime-
ro, mientras la madre y el otro hermano se llevaban sujeto a los dientes el cadver del me-
nor. Lo llevaron despacio al monte, y la cabeza colgaba, balancendose, y la cola iba arras-
trando por el suelo.
Al da siguiente los chicos extraaron, efectivamente, algunas costumbres raras del
coaticito. Pero como ste era tan bueno y carioso como el otro, las criaturas no tuvieron la
menor sospecha. Formaron la misma familia de cachorritos de antes, y, como antes, los
coats salvajes venan noche a noche a visitar al coaticito civilizado, y se sentaban a su lado
a comer pedacitos de huevos duros que l les guardaba, mientras ellos le contaban la vida
de la selva.
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EL PASO DEL YABEBIRI
En el ro Yabebir, que est en Misiones, hay muchas rayas, porque "Yabebir" quie-
re decir precisamente, "Ro de las rayas". Hay tantas, que a veces es peligroso meter un solo
pie en el agua. Yo conoc un hombre a quien lo picó una raya en el talón y que tuvo que
caminar renqueando media legua para llegar a su casa: el hombre iba llorando y cayndose
de dolor. Es uno de los dolores ms fuertes que se puede sentir.
Como en el Yabebir hay tambin muchos otros pescados, algunos hombres van a
cazarlos con bombas de dinamita. Tiran una bomba al ro, matando millones de pescados.
Todos los pescados que estn cerca mueren, aunque sean grandes como una casa. Y mueren
tambin todos los chiquitos, que no sirven para nada.
Ahora bien; una vez un hombre fue a vivir all, y no quiso que tiraran bombas de
dinamita, porque tena lstima de los pescaditos. El no se opona a que pescaran en el ro
para comer; pero no quera que mataran intilmente a millones de pescaditos. Los hombres
que tiraban bombas se enojaron al principio, pero como el hombre tena un carcter serio,
aunque era muy bueno, los otros se fueron a cazar a otra parte, y todos los pescados queda-
ron muy contentos. Tan contentos y agradecidos estaban a su amigo que haba salvado a los
pescaditos, que lo conocan apenas se acercaba a la orilla. Y cuando l andaba por la costa
fumando, las rayas lo seguan arrastrndose por el barro, muy contentas de acompaar a su
amigo. El no saba nada, y viva feliz en aquel lugar.
Y sucedió que una vez, una tarde, un zorro llegó corriendo hasta el Yabebir, y me-
tió las patas en el agua, gritando:
-Eh, rayas! Ligero! Ah viene el amigo de ustedes, herido.
Las rayas, que lo oyeron, corrieron ansiosas a la orilla. Y le preguntaron al zorro:
-Qu pasa? Dónde est el hombre?
-Ah viene!-gritó el zorro de nuevo-. Ha peleado con un tigre! El tigre viene co-
rriendo! Seguramente va a cruzar a la isla! Denle paso, porque es un hombre bueno!
-Ya lo creo! Ya lo creo que le vamos a dar paso! -contestaron las rayas-. Pero lo
que es el tigre, se no va a pasar! -Cuidado en l!-gritó an el zorro-No se olviden de que
es el tigre!
Y pegando un brinco, el zorro entró de nuevo en el monte.
Apenas acababa de hacer esto, cuando el hombre apartó las ramas y pareció todo
ensangrentado y la camisa rota. La sangre le caa por la cara y el pecho hasta el pantalón, y
desde las arrugas del pantalón, la sangre caa a la arena. Avanzó tambaleando hacia la ori-
lla, porque estaba muy herido, y entró en el ro. Pero apenas puso un pie en el agua, las ra-
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yas que estaban amontonadas se apartaron de su paso, y el hombre llegó con el agua al pe-
cho hasta la isla, sin que una raya lo picara. Y conforme llegó, cayó desmayado en la mis-
ma arena, por la gran cantidad de sangre que haba perdido.
Las rayas no haban an tenido tiempo de compadecer del todo a su amigo mori-
bundo, cuando un terrible rugido les hizo dar un brinco en el agua.
-El tigre! El tigre!-gritaron todas, lanzndose como una flecha a la orilla.
En efecto, el tigre que haba peleado con el hombre y que lo vena persiguiendo
haba llegado a la costa del Yabebir. El animal estaba tambin muy herido, y la sangre le
corra por todo el cuerpo. Vio al hombre cado como muerto en la isla, y lanzando un rugi-
do de rabia, se echó al agua, para acabar de matarlo.
Pero apenas hubo metido una pata en el agua, sintió como si le hubieran clavado
ocho o diez terribles clavos en las patas, y dio un salto atrs: eran las rayas, que defendan
el paso del ro, y le haban clavado con toda su fuerza el aguijón de la cola.
El tigre quedó roncando de dolor, con la pata en el aire; y al ver toda el agua de la
orilla turbia como si removieran el barro del fondo, comprendió que eran las rayas que no
lo queran dejar pasar. Y entonces gritó enfurecido:
-Ah, ya se lo que es! Son ustedes, malditas rayas! Salgan del camino!
-No salimos!-respondieron las rayas.
-Salgan!
-No salimos! El es un hombre bueno! No hay derecho para matarlo!
-El me ha herido a m!
-Los dos se han herido! Esos son asuntos de ustedes en el monte! Aqu est bajo
nuestra protección!... No se pasa!
-Paso! -rugió por ltima vez el tigre.
-NI NUNCA!-respondieron las rayas.
(Ellas dijeron "ni nunca" porque as dicen los que hablan guaran, como en Misio-
nes).
-Vamos a ver!-bramó an el tigre. Y retrocedió para tomar impulso y dar un enor-
me salto.
El tigre saba que las rayas estn casi siempre en la orilla; y pensaba que si lograba
dar un salto muy grande acaso no hallara ms rayas en el medio del ro, y podra as comer
al hombre moribundo.
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Pero las rayas lo haban adivinado y corrieron todas al medio del rio, pasndose la
voz:
-Fuera de la orilla! -gritaban bajo el agua-.
Adentro! A la canal! A la canal A la canal!
Y en el segundo el ejrcito de rayas se precipitó ro adentro, a defender el paso, a
tiempo que el tigre daba su enorme salto y caa en medio del agua. Cayó loco de alegra,
porque en el primer momento no sintió ninguna picadura, y creyó que las rayas haban que-
dado todas en la orilla, engaadas...
Pero apenas dio un paso, una verdadera lluvia de aguijonazos, como pualadas de
dolor, lo detuvieron en seco: eran otra vez las rayas, que le acribillaban las patas a picadu-
ras.
El tigre quiso continuar, sin embargo; pero el dolor eran tan atroz, que lanzó un ala-
rido y retrocedió corriendo como loco a la orilla. Y se echó en la arena de costado, porque
no poda ms de sufrimiento; y la barriga suba y bajaba como si estuviera cansadsimo.
Lo que pasaba es que el tigre estaba envenenado con el veneno de las rayas.
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