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No cayó. Claro, recordó. Spelux está dormido
Por otro lado, meditó, quizás no deba ir allá abajo. ¿Qué es lo que recomendaría Spelux?
Quizás ésa era la decisión correcta: si Spelux quería que descendiera a inspeccionar la catedral
sumergida lo haría... si no, no. Qué raro que mi primera reacción haya sido la de querer ir bajo las
aguas, pensó. Como si no pudiera esperar para hacer mi descubrimiento... un descubrimiento que
destruirá a Spelux, y con él, al proyecto de levantar la catedral. Es una reacción perversa. Un
desliz del inconsciente Quizás eso le enseñaría algo acerca de sí mismo, algo que antes sabía,
evocado por la Calenda y su Libro. Las Calendas despertaron este sentimiento en mí, descubrió;
esa es la base sobre la cual operan. De este modo, logran que sus profecías se tornen
verdaderas.
—Willis —dijo— ¿cómo se baja a Gestarescala?
—Por medio de un equipo de buceo con máscara o por medio de una cámara proléptica.
Respondió el robot.
—¿Me puedes llevar hasta allí? —dijo Joe—. Quiero decir, Willis...
—Un momento —dijo el robot—. Hay una llamada para usted. Es oficial —el robot calló un
instante. Luego dijo—: es la Srta. Hilda Reiss, la secretaria personal de Spelux. Quiere hablar con
usted —se abrió una compuerta en el pecho del robot y apareció un teléfono sobre una bandeja—
. Levante el auricular.
Dijo Willis.
Joe obedeció.
—¿Sr. Fernwright? —dijo una voz femenina práctica y competente—. Tengo un pedido
urgente para usted de parte del Sr. Spelux, que en este momento está durmiendo. Preferiría que
usted no descendiera a la catedral en este momento. Quiere que usted espere hasta que alguien
pueda acompañarlo.
—Usted lo llama pedido —dijo Joe— ¿Debo entender que es una orden en el fondo? ¿Que
me ordena no bajar?
—Todas las instrucciones del Sr. Spelux vienen en forma de pedidos. Nunca ordena nada;
simplemente lo pide.
—Así que en realidad es una orden.
—Creo que usted me comprende, Sr. Fernwright. El Sr. Spelux se pondrá en contacto con
usted en algún momento mañana. Hasta luego.
La comunicación se cortó.
—Es una orden —dijo Joe.
—Así es —convino Willis el robot—. Esa es su manera de manejar las cosas, como le
señaló esa mujer con tanta habilidad.
—Pero si trato de descender...
—No puede —dijo el robot secamente.
—Sí que puedo —respondió Joe—, aunque me echen después.
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—Lo puede hacer —dijo el robot—, y lograr que lo maten.
—¿Qué me maten, Willis? ¿Por quién y por qué? —se sintió asustado y enojado, una
mezcla peculiar de emociones que le estimulaba el nervio vago; su respiración, y el ritmo de su
corazón cambiaron radicalmente—. ¿Quién me mataría?
Preguntó.
—Primero tiene que decir... ¡bah, al diablo con ese asunto! — dijo el robot—. Sí, por las
formas de vida salvaje. Hay muchos riesgos.
—Pero son los normales para una tarea de este tipo —dijo Joe.
—Supongo que sí. Pero un pedido así...
—Voy a bajar.
—Va a encontrar una decadencia terrible allí abajo. Una decadencia inimaginable. El
mundo sumergido donde se halla Gestarescala es un lugar de cosas muertas, donde todo se
pudre y cae en la ruina y la desesperanza. Por eso Spelux quiere levantar la catedral. Él no puede
aguantar estar allí abajo; usted tampoco podrá. Espere a que descienda con usted. Aguarde unos
días; restaure las vasijas en su taller y olvídese de este asunto. Spelux lo llama 'Un submundo
acuático' y tiene razón. Es un mundo en sí mismo, totalmente diferente al nuestro, con sus
propias leyes malditas, bajo las. cuales todo debe transformarse en basura. Un mundo dominado
por la fuerza inexorable de la degradación entrópica energética; nada más. Incluso aquellos que
poseen una fuerza enorme, como Spelux, se intoxican y pierden su poder al final. Es una tumba
oceánica, y nos matará a todos a menos que la catedral pueda ser levantada.
—No puede ser tan terrible.
Dijo Joe, pero al hablar sintió que el miedo lo recorría y se aferraba a su corazón. Un temor
generado en gran parte por la estupidez de su propio comentario.
El robot le miró enigmáticamente; una mirada compleja que lentamente se transformó en
una expresión de sorna.
—Teniendo en consideración que eres un robot —dijo Joe—, no veo cuál es tu interés
emocional en este asunto; no tienes vida.
—A ninguna estructura, por artificial que sea, le agrada el proceso de su propia
degradación energética —contestó el robot—. Es el destino final de todas las cosas, y todas se
resisten.
—¿Y Spelux espera detener este proceso? —preguntó Joe—. Si es el destino final de todo,
entonces Spelux no lo puede frenar; está condenado al fracaso y el proceso seguirá.
—Allá abajo, dentro del agua —dijo Willis—, el proceso de decadencia es la única fuerza
vigente. Pero, aquí arriba -cuando la catedral esté levantada- habrá otras fuerzas que no se
muevan de manera retrógrada. Son fuerzas de apoyo y reparación, que construyen, que fabrican
y crean formas... y, en su caso, que restauran. Es por eso que se lo necesita tanto. Usted, y otros
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