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los hombres, iluminando las armaduras con destellos y resplandores bermejos.
Hubo un terrible alarido quejumbroso y, con �mpetu demoledor, la bestia prosiguió
su carrera.
���Dios misericordioso!
La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin p�rpado y el hombre voló por el aire. El
dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó y el monstruo negro lanzó al otro
jinete a unos treinta metros de distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo,
gimiendo siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y debajo: un
sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo enceguecedor.
���Viste? ��gritó una voz��. �No te lo hab�a dicho?
���S�! �S�! �Un caballero con armadura! �Lo atropellamos!
���Vas a detenerte?
��Me detuve una vez; no encontr� nada. No me gusta detenerme en este p�ramo.
Me pone la carne de gallina. No s� que siento.
��Pero atropellamos algo.
El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió.
Una r�faga de humo dividió la niebla.
��Llegaremos a Stokel a horario. M�s carbón, �eh, Fred?
Un nuevo silbido, que desprendió el roc�o del cielo desierto. El tren nocturno, de
fuego y furia, entró en un barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos
sobre la tierra helada, hacia el norte, desapareciendo para siempre y dejando un
humo negro y un vapor que pocos minutos despu�s se disolvieron en el aire
quieto.
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